lunes, 29 de septiembre de 2008

PARÍS

Puede que no sientas que te quiero
porque mi lengua multiplica las ficciones.
De la soberbia del francés al idioma de Cervantes
me detengo en Londres para entrar al pub de mi destierro.
Y soy cosmopolita en mis halagos
porque hay un fin, una intención, un devaneo
para arrastrarte al París que solo yo conozco:
sin La Bastilla y sin la mierda apocalíptica del Sena,
sin la academia que doctora al extranjero.
Un París sin Notre Dame, sin góticas paredes herrumbrosas,
despojado del sofocante ascenso a la morada de los hombres dueños de virtud.
Un París que cabe en el ochavo de una esquina
con adoquines y baldosas estampadas por el colorido de los chicles que se tiran.
El París que yo conozco, mi Paris, sin mayo doloroso,
sin la sombra de Balzac y a contratiempo
huele a café y a huevos con tocino en las mañanas
y un álamo lo baña con su sombra generosa.
Es el París del viejo cocinero, con su hija que sirve y ha llenado
de marinas las paredes de la fonda.
Un París romántico en septiembre
y en junio, si tú quieres, o en febrero.
Allí vendrás conmigo, a comer de letras una sopa,
o a beber de un tinto su pecado.