sábado, 15 de noviembre de 2008

DÉDALO

En este laberinto ronda la desdicha. Abro la alacena y me cae encima una lata de desprecio sobre el dedo gordo del pie derecho. El refrigerador, con su entusiasmo glacial, es un refugio de alimentos a medio consumir. Huele a carbonato, a comida vieja, a cebollas y zanahorias renacidas. Y en un rincón quedó varada la alegría porque el polvo del rencor lo ha cubierto todo. Está muerto el despertador que sonaba a las seis menos diez. Ya no fornican los perros ni le ladran al gato echado en la azotea. Perdí la apuesta esperanzadora. La eternidad existe y no encuentro la ruta que me conduzca al cielo o al infierno. En el pasillo acecha la desolación y solo el viento murmura plegarias compasivas a este abandono. Camino en la penumbra, guiado por esta ceguera irremediable de nostalgias y melancolías. No tengo edad para recibir sentencia absolutoria y el juicio de muerte se prolonga en alegatos estériles. Ayer coloqué sobre la mesa mi última palabra y ya no tengo más. Vacié mis argumentos en la papelera del baño para volver a mis andadas, a la búsqueda de una libertad idealizada que no existe. El egoísmo me tiene acobardado y la única salida que encuentro es una puerta falsa, engañosa, que no me atrevo a abrir.
Guillermo Berrones

jueves, 13 de noviembre de 2008

MITOLOGÍA POSMODERNA

Yo no robé el armiño ni arranqué el pan de la boca porque no acostumbro el vandalismo en asuntos tan apasionados. Me distingue la conquista de montañas y planicies sin perturbar el canto de los pájaros. Los daños a terceros son, si acaso, gajes del oficio y no meras intenciones. En el espectro de luz que se arquea bajo la lluvia, sólo tú, señor de las tinieblas, amo de la tenebra y el presagio, no tienes un lugar ni voz ni voto. Y mucho menos tendrás el beso compasivo de Helena. Tártaro rufián, conozco la prosapia de tu origen. Hurtaste un mechón dorado al sol y te sentiste tocado por la gloria. Tus días están contados, Masrud. No hay mesa para tres. Se acabaron las parrandas y el jolgorio. No más arrebatos. No más negras intenciones. Beberás la cicuta en tu café y volverás a tu lugar de origen. Hades te espera, o quizás, un pobre diablo.

Guillermo Berrones

martes, 11 de noviembre de 2008

POSTAL DE IRLANDA

El abuelo tiene las orejas grandes, escribió. En la abadía de Wicklow son las diez de la mañana y hace frío. El jardín donde acostumbra orar el padre Cadaval está glaseado por la nieve. Sus orejas son como las del abuelo, aunque las esconde del sarcasmo en su capucha monacal. Los mirlos buscan hormigas entre los copos y mueren congelados en su intento. Tengo entumecidas las manos y frío en donde dicen que habita el amor. No estoy en la noche de música extranjera donde ahora te hallas, pero escucho las guitarras de Rodrigo y Gabriela en el modular de mi celda. Te busco en la calamidad de los pulgones que asoman bajo mi cama. Quiero, y es un deseo vehemente, que miremos juntos el oleaje de este mar del norte que se rompe en estrépito de vidrios congelados. Ese vestido gris, el de la foto que me enviaste, te sienta bien. Firmó la postal y la depositó en el buzón.
Guillermo Berrones

jueves, 6 de noviembre de 2008

SÚPLICA

Quisiera haber venido del mar
inundado de espuma
con la bravura de la sangre azul tendida en mi horizonte
traer la sal en grano hasta tu mesa
y un pez dorado de mirada triste.
Me ciega el iracundo embeleso del verano en tus ojos.
Pero no soy un pescador de redes ni de arpones
vine arrastrado por las aguas de un río que nace en la montaña.
Soy la piedra de la suerte en tu bolsillo
el talismán que te protege del espanto.
Déjame estar callado en tu vesícula,
anidar en tu riñón izquierdo
o dame un rincón en tu zapato.

No me tires al pedregal del abandono
ni me lances al océano del olvido
guárdame, si quieres, en el macetero de lo tréboles marchitos
donde caga el gato cada noche.
Guillermo Berrones

Después de él, tú
Después de mí, tú
Después de nosotros, tú
Después de todo, tú.

martes, 4 de noviembre de 2008

ATARDECER

Hay en mi ciudad un cerro

que en las tardes de noviembre

se coloca suavemente

el pijama de sombras

que le da la sierra madre.

Guillermo Berrones