sábado, 1 de febrero de 2014

LOS MURMULLOS DE LAS MONTAÑAS DE DONDE VINISTE

No sé si se nos está negado el cielo, a ti para vivirlo, a mí para buscarte en esa loca fantasía cristiana de la gloria eterna. En el cuarto aniversario de tu muerte escalé las laderas de esta montaña, siguiendo el camino de los desposeídos, de los abandonados a su suerte mísera para estar más cerca de donde, me han dicho, anidan las almas de los hombres y mujeres muertos. Hice la fatiga, cansé mis piernas y me bañó el sudor, fui dejando la polución de la ciudad a donde huí en mi adolescencia y llegué a donde los cuervos graznan recelosos. Grité tu nombre y el eco me volvió la voz en resonancia y el cielo, profundamente azul, con su luna desgajada, retando a la hostia de un sol apenas tibio, guardó silencio. En el horizonte del oriente, donde las llanuras pardas crean espejismos y tu cuerpo reposa la paz de los difuntos, divisé tu tumba abandonada. Y lloré, como lloran los huérfanos de padre, quedito y en silencio, sin más testigos que los árboles y los murmullos de las montañas de donde viniste a multiplicar tu nombre y a repetir tu sangre. Otra vez me voy sin encontrarte sin saber cuántas montañas hay que trepar para alcanzar tu cielo y verte de nuevo.

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